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El Silencio que Abraza: Especial 1 de Noviembre


Hoy es 1 de noviembre, Día de Todos los Santos. Un día que siempre ha sido para recordar, para mirar hacia aquellos que ya no están, para encender una vela y sentir su presencia cerca. Pero este año, todo es distinto.


Hace casi dos meses, el 7 de septiembre, mi padre emprendió su viaje al cielo. El duende de mis sueños, como yo le llamo, la raíz de mi historia, mi guía silencioso, se fue dejando un vacío que aún duele. Un hueco que ninguna palabra puede llenar, pero que, paradójicamente, se ha transformado en presencia.


Recorrer este 1 de noviembre es sentir cada paso acompañado de su recuerdo. Cada flor que llevo, cada silencio que guardo, es un diálogo sin palabras, un abrazo invisible que me devuelve calma. Y siento que, aunque su cuerpo ya no esté, su amor sigue latiendo conmigo, en cada gesto, en cada decisión, en cada memoria que llevo como un tesoro.


Al mirar hacia atrás, no puedo evitar recordar todas las historias que he compartido en mi podcast de Voces de Reencuentro, como las de José y Adela, que descansan juntos, uno al lado del otro, y donde la familia se encuentra cada año para dejar flores y murmurar palabras que el viento se encarga de llevar, historias de ficción que reflejan la verdad universal: el amor que se mantiene vivo más allá de la vida, el lazo que ni la distancia ni la muerte pueden romper.


Hoy, en mi propio reencuentro, me doy cuenta de algo profundo: mi padre, aunque ausente, sigue enseñándome. Sigue mostrándome el valor de la bondad, la gratitud y la fortaleza silenciosa. Siento que me acompaña en cada pensamiento, en cada decisión difícil, en cada momento en el que necesito un impulso para seguir adelante.


Hoy mis pasos se llenan de emoción, y cada silencio que guardo está cargado de conversación. Le hablo, le doy las gracias, le pido fuerza y guía. Y en esa conexión, siento que me sostiene, que me abraza, que me dice que todo estará bien. Que aunque la ausencia duela, el amor permanece.


Este 1 de noviembre no es solo un día de recuerdo. Es un día de agradecimiento profundo, de paz, de luz que se cuela entre las sombras del dolor. Un día para aceptar que la vida y la muerte se entrelazan, y que quienes amamos nunca nos abandonan del todo.


Así que, si estás leyendo estas líneas o escuchando estas palabras, haz algo simple: enciende una vela, mira hacia los que has perdido, y deja que el silencio te abrace. Permite que el amor que sigue latiendo dentro de ti se transforme en fuerza, en calma y en recuerdo.


Hoy llevo a mi padre en el corazón, lo llevo en cada gesto de cariño, en cada pensamiento lleno de gratitud y mientras camino entre las flores, los recuerdos y la luz del día, sé que él sigue a mi lado siempre.


A mi padre, mi duende. Gracias por enseñarme que el amor verdadero nunca se va: solo cambia de forma y sigue acompañando.


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