El corazón que vuelve: recuerdos de agosto y abuelos que no se olvidan. (Vicente Martín)
- Vicente Martín López (Vizenzo)
- 14 ago
- 3 Min. de lectura

Hay fechas que no se marcan solo en el calendario, sino en el corazón. El 15 de agosto, con su Asunción, sus fiestas en los pueblos y su calor de verano, siempre fue una de esas fechas.
Una que huele a familia, a tierra, a reencuentro.
Cuando era niño, mis vacaciones tenían destino fijo: la Alpujarra de Granada. Ese rincón blanco y luminoso donde los muros hablan en voz baja, donde los abuelos te abrazaban con las manos curtidas y los ojos llenos de ilusión y lágrimas contenidas. Allí vivían mi papica y mi mamica —como les llamábamos con cariño—, y allí aprendí, sin saberlo, muchas de las cosas que hoy forman parte de mí.
Recuerdo subir en la mula con mi papica para cruzar el río. Él, tan bajito, se subía a un muro de piedra para poder montarla.
Las vistas desde la casa eran un regalo: el río, la sierra, las casas blancas salpicadas en las laderas. En aquellas fechas, la familia se reunía, se cocinaban los chorizos de la matanza del invierno anterior, mi mamica preparaba con sus manos mágicas ese arroz inolvidable con conejo, y los roscos caseros hacían que el alma se quedara en el pueblo todo el año.
Jugaba junto a la acequia, todas las mañanas comíamos los higos chumbos que mi padre, mi padrino y mi abuelo traían al amanecer, y a la hora de la comida pasaba el panadero “El Zorollo” desde el pueblo vecino. Más tarde, cuando las chicharras más cantaban, mi abuelo soltaba las cabrillas y me iba con él al campo. A veces, llegaba montado en su mula, me subía con él, y volvíamos juntos a casa. En esos días, en que solo lo veía durante el verano, lo abrazaba fuerte, como queriendo recuperar en una tarde todos los abrazos perdidos durante el año.
Y es que cuando uno solo ve a su abuelo en vacaciones, cada minuto a su lado vale por mil.
El eco de Voces del reencuentro
Hoy, esa misma emoción ha querido dejar huella en la radionovela Voces del reencuentro. Porque a veces, lo que uno vivió de niño, vuelve en forma de relato. En la historia, José recibe cada verano a su nieto Hugo en el pueblo. Y un día, mientras pasean, Hugo se detiene con una sonrisa en el rostro, saluda a sus amigos por la calle, y les dice con orgullo:
> "Mirad quién es mi papica."
Un gesto sencillo, pero que guarda el peso de todo un año de silencios, de distancia, de añoranza. Porque ese día, para Hugo, estar con su abuelo era llevar el corazón por fuera.
Lo que está por florecer…
Y como los recuerdos tienen raíz profunda, pronto conoceréis más.
En esos mismos paisajes nació la historia que dará origen a la precuela de Reencuentro, titulada Duende.
Una historia donde se revelarán las rencillas familiares que rompieron un amor… y que, con los años, sus nietos intentan reparar.
No adelantemos mucho más. Pero como diría Adela, la abuela sabia de nuestra novela:
> “Hay corazones que tardan en decir lo que sienten… pero nunca mienten.”
No nos olvidemos de ellos
En este 15 de agosto, muchas familias vuelven a sus pueblos, a la tierra de sus padres y abuelos. Otros muchos, sin embargo, se quedan en la residencia, esperando una llamada, una visita, un gesto.
No dejemos a nuestros mayores solos. Pasad a verlos, llevadlos a su pueblo, a su fiesta. Que sientan que no se han quedado atrás, que su historia sigue viva en nosotros.
Y como siempre digo:
Cuidad de vuestros corazones… y de vuestras raíces.
Porque ahí donde están tus raíces, están las personas que te enseñaron a amar.



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